2 abr 2011

Prejuicios/4: del “día de descanso” a los puentes por construir

El recorrido del tercer día fue bien corto. No estuvimos quietos, pero podríamos decir que fue un día de (des)encuentros con la prensa, de descanso y de algunas reflexiones.
Despertamos en el Museo del Golf, en Berazategui, y el plan del día era visitar algunos lugares de esa ciudad y trasladarnos hasta Hudson, una localidad costera que es parte del mismo distrito. Era un día sin apuro, porque la distancia es mínima: menos de lo que habíamos hecho las primeras jornadas e insignificante en relación a lo que nos depara el día de hoy. Esta vez, el primer encuentro con el otro fue con un cronista de televisión, al que mandaron a hacer una nota sin demasiada explicación e imaginaba encontrar unos ciclistas que recorrían al país rumbo a algún sitio más lejano como –según sus palabras- Formosa. Llevaba corbata, impostaba la voz frente al micrófono y tenía una cabeza bien estructurada.
- ¿Cuál es el objetivo de esta expedición? –indagó a poco de presentarse, luego de preguntar por el “responsable” de este “emprendimiento”.
- Tiene muchos objetivos. Los objetivos van cambiando, y cada uno puede tener los suyos –contestó Roger, palabras más, palabras menos.
- ¿Pero cuál sería el objetivo concreto? –Insistió- ¿Fomentar la cultura?.
Todavía estábamos dormidos y teníamos más ganas de dibujar, tomar mate o jugar con los circuitos integrados de Leo, que de conversar con este flaco alto que confirmaba todos los juicios y prejuicios sobre el periodismo movilero. Fue, seguramente, una entrevista para el olvido. Roger dice que fue la peor que le hicieron en toda la Expedición. Y el periodista se fue por donde vino, acaso a cubrir un accidente, entrevistar un funcionario municipal o contar la historia de una vecina que cumplió 100 años.

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La otra entrevista –además de las telefónicas- fue en la puerta del “De Vicenzo”, el galpón donde Jaquie Abraham impulsó la experiencia de “Arte por parte”. Esta vez la figura fue la de una prensa localista: todo el tiempo preguntaba cómo nos había impresionado Berazategui, qué habíamos conocido de Berazategui, qué cosa distinguía a Berazategui, qué se sabe de Berazategui en el lugar de dónde venimos. Autonomizada del Partido de Quilmes hace medio siglo, Beraza es, en rigor, el lugar con más identidad localista por el que hemos pasado. Y si el golf –con la figura paradigmática de Roberto De Vicenzo- es una de sus cartas de presentación, la otra es el vidrio. La localidad se define como la “capital del vidrio”, aunque ya no funcionan ahí los talleres de la Rigolleau, la fábrica que otrora hacía las botellas para la cervecería Quilmes, del mismo modo que la Maltería Hudson, un edificio enorme y hermoso a la vera de las vías, la proveía de malta. El capital se globalizó, el país se desindustrializó, y el vidrio quedó convertido en objeto de museo.

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En el post anterior, al contar mis prejuicios sobre este día, olvidé decir que además del protocolo institucional imaginaba al Museo que visitamos por la mañana como un galpón lleno de máquinas y frasquitos; plagado de vidrio –obviamente-, trabajado de diversas formas, con mucho arte de diseño pero también las clásicas botellas aplastadas y estiradas. Es una de las pocas imágenes preconcebidas que confirmé en todo el viaje: en el museo-escuela del vidrio estaba todo eso, incluidas las botellas estiradas; aunque la visita no fue tan protocolar y la guía fue bastante descontracturada, en parte porque empezamos por el final del recorrido y luego porque tuvo éxito con lo que llamaba “un viaje en el túnel del tiempo”: en la cocina del lugar tenía una alacena inmensa llena de botellitas de antaño y una colección de objetos de oficios que ya no existen, que nos mostró mientras Gardel sonaba en un gramófono a cuerda fabricado en 1910.
-Parece un robot –caracterizó Azucena a un esterilizador de barbería que estaba en un rincón. Azu, que ya había compartido con nosotros la noche en Bernal, se sumó ahora al grupo de expedicionarios. Su llegada fue positiva porque se integró con soltura y habilitó otras conversaciones. Por caso, el mismo día de su llegada probó llevar la bici-baño que construí y que Roger y Leo aún no condujeron en ningún tramo del viaje.

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Hablando de mujeres, algo que me rondó la cabeza estos días fue el lugar en que las ubican algunas personas e instituciones que visitamos. Son imágenes sueltas, desde un comentario sobre la debilidad femenina hecho por Tito Ingenieri al estrechar una mano, hasta la sorpresa de los berazateguenses por el hecho de que el grupo de expedicionarios no fueran todos hombres. Una de las primeras cosas que nos mostraron en el Museo del Vidrio fue la obra de Felix Berdyszak. Estaban expuestos dos poliedros y cuatro esculturas de rostros humanos. Los personajes eran Bethooven, San Martín, Washington y… “la mujer”.
En la misma sala presentaban los trabajos de Lucrecia Moyano, que trabajó en la sección artística de la Rigolleau en la primera mitad del siglo XX. La guía contó poco de su obra más allá del vidrio, pero no dejó de mencionar que fue la primera mujer en ponerse en bikini en Mar del Plata. “Así que estamos ante la obra de esta loca linda”, sintetizó.
La última imagen para reflexionar viene del Museo del Golf, el sitio donde pasamos la noche, y donde algunas conversaciones nos hicieron al menos resquebrajar la asociación directa del golf con la élite, que es clara cuando se practica como pasatiempo (Nos contaban que muchos de los grandes campeones vienen de contextos muy humildes, y de allí una frase de Roberto De Vicenzo que citaron varias veces: no es lo mismo jugar al golf para bajar la panza que para llenarla). Una vitrina está dedicada al golf femenino, casi como una extrañeza, y muestra por ejemplo fotos de la vestimenta de las jugadoras. Sin embargo, una lectura entrelíneas del propio guión del Museo descubre que el primer campeonato nacional de golf fue entre mujeres, en 1904. La cronología señala, claro, otra fecha: en 1905 –dice- se realizó el campeonato abierto del Río de la Plata. Y agrega que además se realizó el II Campeonato de Damas -que ganó la Sra. De Mungo Park-, cuya primera edición se había hecho al año anterior, o sea, antes de que los hombres agarraran los palos. “Encontrar cosas de golf femenino es muy difícil. Fui a la institución madre del golf y no encontré nada”, nos contó Adriana, una de las buenas anfitrionas que tuvimos en Berazategui.

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También fuimos bien recibidos en Hudson. La casa de Miguel, que tenía el barroco y alguno de los contrastes que había imaginado, fue sumamente acogedora. Llegamos cuando comenzaba a llover, y con el objetivo firme de reparar los carros, que estaban destartalados por los tres días de recorrida y les espera el día de pedaleo más intenso y dificultoso (En la salida del Museo del Golf tuvimos la primera des-soldadura del baño móvil). En un espacio caótico se generó un ambiente tranquilo, familiar. No había sociales por hacer ni sobreabundancia de propuestas: estábamos en una casa –estaba, incluso, la madre de Miguel- y la única actividad era arreglar las bicis: poner suplementos, martillas, soldar, ajustar. Terminamos el día comiendo empandas pedidas a un delivery y con la visita de Gonzalo Chaves, Gaby Pesclevi, Manu y Ale Negrín, que vinieron desde La Plata para saludarnos. La lluvia nos convenció de dormir adentro, en el piso pero adentro, y nadie reclamó la aventura de mojarse y chupar frío a una expedición que busca superar otras barreras.

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Hoy tenemos el trayecto más extenso, de Hudson a Tolosa, con una parte de tierra que no sabemos cómo es (Miguel conoce, pero esquiva las preguntas sobre el tema). Pasaremos por varios lugares. Imagino al Parque Pereya con tierra mojada, pozos y sombra, lleno de mosquitos, y lleno también de gente tomando mate aprovechando el fin de semana. Me figuro, en esa escena, puestitos “de ruta” de esos que venden tablas de madera, salamines o sandías, y una suerte de exposición de Fiat 600, con músicas tipo reggaeton superponiendose unas a otras.
En ese camino pasaremos por un puente ubicado cerca de la escuela de policía, al que Miguel llama “el puente de los desaparecidos”, porque en la dictadura lo utilizaban camiones que llevaban cuerpos al cementerio, una historia de la que tiene imágenes fragmentarias de cuando vivió en esa zona y que pudo reconstruir conversando con un capataz que tuvo trabajando para la Municipalidad. Compró un aerosol negro y quiere demarcar el lugar; también plantar un árbol que llevaremos desde Hudson, por lo que tendremos carga adicional. No sé bien cómo será ese ritual, voy a acompañarlo pero quizá con cierta incomodidad: imagino algo medio bajón, por decirlo de alguna manera. Me imagino también, quizá, preocupada por el tiempo, porque nos espera un día largo.
Decidimos que vamos a comer en Villa Elisa, así que probablemente almorcemos a las 4 de la tarde. Seguro que llegamos de noche, más de noche de lo que quisiéramos. Antes tenemos una parada en City Bell donde nos esperan las chicas de Tormenta. Ahí ya estaré como en casa. Prejuzgo que la mayoría o todos los que nos esperen en ese lugar serán conocidos, que nos mandaran muchos sms durante la espera, y que habrá muchas zapatillas de colores. Los chicos dicen que en algún momento se sumará Zina, la del “toldo expedicionario”, y la verdad que no tengo una imagen clara (o tengo muchas alternativas) de cómo será ella, su personalidad, su vestimenta, etcétera. Es difícil poner a prueba prejuicios difusos. La conoceré cuando llegue y ya.
En el destino final, Tolosa, descuento la buena onda pero creo que también habrá extrañeza... Lxs chicxs del Galpón van a estar haciendo, además, la presentación de su Bachillerato popular. Es genial que nos hayan incluido, mezclado en su primera actividad del año. Quizá, en la escena que resulte, haya poco diálogo entre grupos, y seré la única que conozca a todos así que andaré por ahí haciendo puentes, acaso propiciando esos encuentros a los que decimos apostar.

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